domingo, 20 de abril de 2008

Oxímorron


Un verdulero de acá a la vuelta –el “acá” no requiere mayores precisiones: acá es cualquier lado- me vendió mercadería en mal estado. Lo denuncio aquí y no en defensa al consumidor porque todavía creo en el poder de la pluma antes que el de la espada pública.


Paso a narrar los hechos: el señor verdulero, sujeto regordete, pestilente y de mirada huidiza, termina de pesar los 34 kilos de Zucchini que le encargo y anota una serie de jeroglíficos en un papel. Lo rubrica con una estridente raya que confirma su extraña operación matemática y anuncia el costo con voz ronca y feliz. Hasta aquí, todo como Dios manda. Pero sucede lo que sucede siempre con los insaciables comerciantes minoristas: mirando fijo a los ojos, lanza un imperativo “¿qué más?”. Lo confieso: no tengo cintura para eludir semejantes argucias. Turbado por el tono coercitivo y la mirada penetrante, dudo por un instante, trastabillo. El verdulero huele sangre y arremete:

-¿Morrones? ¿Tiene morrones?
-Sí, si, ya ten...
-¿Rojos, verdes?
-Sí, sí, la verd...
-Ahhh, pero no tiene lo último que llegó: oximorrones

Desconozco el vocablo y me pongo rojo como el morrón. ¿Qué hacer? ¿Admitirlo y quedar como un zonzo o cuestionarlo? La cavilación dura un instante, porque enseguida se aclara la cuestión:

-Oximorrones, no sabe lo que son, una cosa de locos. Haga una salsa y pruébelos. Le da un toque de... ¿cómo decirlo? Dulzura salada. Un aroma como a ajíes daneses, un gusto a frescura añeja, un...



El macaneo metafísico duró unos minutos más. Luego, otra operación en un papel. Una baratija los oximorrones: 267 pesos el kilo. No es necesaria la heladera, concluyó. Alcanza con el refrigerio de la intemperie y el humo.




Hoy es un día gris. Los oximorrones están podridos.





fin

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