jueves, 7 de mayo de 2009

Pacon!

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Hoy iba caminando de regreso a casa, por la calle Salta. Eran las once de la noche. Unas dos cuadras antes de llegar a la Av. Independencia, vi delante mío a dos señoras que miraban hacia arriba, hacia algún punto determinado en el otro lado de la calle. Al pasar por un costado (tuve que bajar a la calle, porque ocupaban toda la vereda), una de ellas, la más joven -digamos que tenía sesenta años- me para y me dice:

-Nene, un segundito. ¿Vos ves un gato ahí arriba?

Me detuve y miré en la misma dirección que las señoras. Había una casa gris de dos pisos, cuadrada y fea; las señoras miraban -me señalaban- más arriba, hacia lo que parecía una terraza. En un extremo de la terraza se veía una antena de televisión, y a su lado, una pequeña caja negra. O al menos eso se veía: una cosa negra y rectangular, con ángulos nítidos a pesar de la oscuridad. Una cosa negra e inmóvil. Esa cosa negra era lo que las señoras confundían con un gato.

-¿Eso negro? Es... una caja.

La señora mayor -digamos que tenía setenta y cinco años- arrugó la nariz y dijo:

-Sí, no es. No estoy loca, eh. Es que se me perdió mi gatita, hace una semana que no aparece, creíamos que podía estar en el techo, atrapada...

Me quedé largos segundos mirando, al lado de las señoras. Probablemente el gato ya estaba muerto, almorzado por uno de los numerosos indigentes que habitan las esquinas del barrio; o tal vez había muerto bajos las ruedas del 39, o del 60. Y sin embargo ahí me quedé por un rato, mirando la caja negra, apenas escuchando el relato a dos voces de las viejas acerca del gato, los techos vecinos y quién sabe qué otras cosas. Me quedé ahí, mirando, y al cabo de un minuto o dos me di cuenta que realmente estaba mirando, quiero decir, realmente estaba esperando un movimiento de la caja inerte, o la aparición súbita de un gato negro y diminuto, salido de la nada, un gato tan negro y tan diminuto que sólo yo pudiera ver, ¿lo ves, nene?, sí, lo veo, lo veo, señora, ay yo no veo nada, no no, en serio, está ahí, y entonces la chance de trepar a la terraza, acercarme con sigilo, chi chi chi gato vení gato vení, el gato hace FJJJJJJJ!, o sea el ruido ese que hacen los gatos cuando tienen miedo, pero no importa, porque de un manotazo lo cazo del cogote y lo devuelvo a las señoras, sano y salvo, sin luces, sin escaleras, sin bomberos.



Pero el gato nunca apareció y me volví a casa. Gracias igual, dijeron las señoras.


Adiaŭ! Pacon!


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